En un día de reflexión, ante unas nuevas Elecciones Generales, abrimos una nueva sección, Europa agnóstica para interpretar la realidad, hoy sumamente complicada.

Los verdaderos poderes del Estado moderno son la guerra, el comercio y la religión; el legislativo, ejecutivo y judicial son instrumentos administrativos.

La religión es un hecho primordial. El cristianismo ha sufrido un golpe mortal con la reposición del estado de Israel; en Europa es una religión arrinconada; Estados Unidos tiene la obligación de la protección de Israel, aún a costa de la globalización.

El cristianismo no ha logrado dominar a la Bestia, el Estado moderno; la religión es parte del Estado, aunque la separación Iglesia-Estado sea un formalismo aceptado en Occidente. La modernidad es la fase histórica en que el comercio ha ocupado la posición privilegiada de la religión…

En el siglo XVIII, la emancipación americana, forjadora de una nueva Constitución, y la Revolución Francesa, servidora del Terror, entronizaron a la Edad Moderna, una potencia anticristiana pero humanista, que conservó los modos cristianos, en formas aristocráticas o burguesas, sujetas a múltiples doctrinas heterodoxas, que hicieron justicia a convulsiones anteriores.

En el siglo XIX, la Revolución industrial desgarró la sociedad campesina europea, mientras la doctrina capitalista, implacable y dúctil, llevó a las inteligencias preclaras a celebrar anticipadamente la muerte de Dios; ante un rebrote de fé sincera, entre gentes sencillas o personas que alcanzaron la santidad, en una época que disponía severas privaciones

En el siglo XX, el Estado endiosado y los progresos tecnológicos, útiles para la guerra, trajeron unas vastas conflagaciones, devastadoras para Europa, ya debilitada por la irrupción desenfrenada de un sin fín de disciplinas nihilistas, que anticiparon conscientes la muerte del hombre.

En la praxis, ante certezas indemostrables, Occidente, bajo el liderazgo de Estados Unidos, es una civilización anticristiana, en decadencia. La democracia, el gobierno predilecto, esconde el anhelo de la sociedad abierta, a la vez que presume de fortaleza, determinación e, incluso, autoridad. Inevitablemente, un compendio del pasado. El comercio, elevado a un puesto privilegiado, exhorta al goce de los bienes materia­les y rescata curiosidades antiguas.

Las instituciones y personas que persisten en aparentes demostraciones humanistas, como detenidas en el tiempo, sirven, ante todo, a la modernidad. La música negra, la expresion íntegra de una raza, alumbró la revolución contracultural, allá en los sesenta del siglo XX, que influyó en las reformas emprendidas por los gobiernos, las empresas multinacionales, las sociedades privadas de la cultura, las iglesias,etc. Una raíz religiosa, aunque muy disimulada, en la actitud dominante de las generaciones actuales, en Occidente.

Las diferentes confesiones cristianas aceptan las reglas del mercado, como la sociedad del bienestar, gran logro del Estado moderno, en su cabal manipulación de la lucha de clases. La corrupción moral que predomina no supone una vuelta a tiempos paganos; la decadencia de Occidente nos enseña un puñado de verdades incontestables, y es inevitable que los ciudadanos emulen a un Estado amoral, que adopta la forma más oportuna, según ciclos impredecibles.

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