Sin discusión la ambición de poder, de dominación absoluta, es el estado más alto que alcanza la conciencia humana, con o sin intervención de sustancias que alteraren la misma. Los jefes de Estado, aún en regímenes democráticos, son los candidatos idóneos para experimentar con lo más profundo de la naturaleza humana indisociable del hecho social. El poder no tiene forma, color, matiz…y se sustenta en la más completa amoralidad, porque la política solo puede ser entendida desde este a priori ético. El poder absoluto lleva la máscara del nihilismo, en la civilización occidental, dado que nada puede representarlo o mencionarlo mejor.

El Estado Islámico opera desde hace tiempo en Oriente Medio y proyecta la sed de poder, gracias a los medios de comunicación occidentales. No hay nada mejor que confrontar el nihilismo propio, que sostiene la cultura de la muerte en nuestras sociedades, con el grupo wahabita que conquista territorios en Irak y Siria, captura y ejecuta rehenes, dispone de riquezas, en parte provenientes de pozos de petróleo de la zona. El Estado Islámico concita la admiración no reconocida en las cancillerías europeas, tan abúlicas con el terrorismo yihadista que ha golpeado Europa, con el apoyo del citado Estado Islámico.

El wahabismo sunita atrae a jóvenes nacidos en Europa occidental, con raíces islámicas; es indiscutible la fuerza de la voluntad de poder en asociación con el credo islámico, que legitima la violencia contra los herejes chiitas o cristianos. El fundamentalismo islámico no precisa del nihilismo occidental para operar y convencer a propios y extraños.

El nihilismo es la doctrina del poder, en la versión occidental, con el gobierno de Estados Unidos abanderando esta realidad. Por la propaganda democrática, constantemente difundida por los medios de comunicación, que imitan la red informativa de la Iglesia Católica, en la Edad Media, el nihilismo es una doctrina en auge; y el mito de la soberanía del poder en manos del pueblo, ha conseguido que el nihilismo penetre las sociedades occidentales, desarmadas por la ausencia de la religión cristiana o de valores republicanos incorruptibles, salvo minorías.

El capitalismo de las multinacionales, bajo el neoliberalismo económico y político, tiene su parte de responsabilidad en el éxito del nihilismo. Poseer riquezas, ser inmensamente rico es una experiencia directa de la voluntad de poder; cada vez es más difícil obtener una fortuna sin el concurso de los negocios, en unos mercados globales; el capitalismo ha transformado el mundo como ninguna otra fuerza social y no conoce oposición, en Occidente.

Los refugiados que han llegado a Europa escapan, una parte, de la guerra en Siria; personas y grupos que han pagado un alto precio a las mafias que controlan los flujos migratorios. Llegan, pues, experimentando unos sentimientos cercanos al vacío existencial, con lo que entroncan con la cultura dominante de la Europa occidental.

Poder-Arte-Aborto

El Retrato de Dorian Grey, obra de Oscar Wilde, es una novela muy conocida, por la importancia del escritor irlandés y por servir de argumento para diferentes versiones cinematográficas.

El personaje principal, Dorian Grey, es un dandy inglés, en la época victoriana, que conserva su belleza física a costa de destruir su espíritu. El propio Oscar Wilde intimó con el dandismo, un movimiento romántico que refleja las contradicciones de la sociedad europea, del siglo XIX.

La novela crea una ficción artística, una alegoría de la civilización occidental, que ha alcanzado un grado superlativo de riquezas materiales a costa de adorar el nihilismo. No estrictamente, una forma de satanismo, aunque es muy difícil rebatir una acusación de esta guisa.

El arte, como ninguna otra manifestación humana, ha captado la singularidad del nihilismo, con la literatura, la pintura o la música. El poder ha sido objeto de reproducción y traducción por los artistas, a largo de la historia. Las Vanguardias artísticas de las primeras décadas del siglo XX captaron la novedad del nihilismo, con inconsciencia a través de una explosión artística inconfundible.

Particularmente, el arte abstracto se ha dedicado a representar los cambios sociales en Occidente, gracias a la dinámica de la democracia y del capitalismo. El arte no figurativo proporciona las formas sentidas del poder, en un contexto que ha roto con la tradición humanista; el pueblo ha dejado de ser un actor pasivo.

Si los Estados pueden destruir las creencias cristianas o de otra confesión con el aborto, un sacrificio humano, sin ritual ni aparente objeto, sin embargo, cumple a la perfección con la tarea de encumbrar el nihilismo. El arte debe reducir a la mínima expresión los criterios moralistas.

El nihilismo, la doctrina secreta del poder, se extiende para neutralizar cualquier oposición a la misma.

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