Ante todo necesitamos certezas en una Europa agnóstica. La Iglesia Católica se resiste a reconocer que goza de un estatuto de iglesia civil, es decir, obediente a carta cabal de los mandatos de los respectivos estados donde opera; más aún, de la propia Unión Europea, si la influencia de esta organización supranacional se extiende gracias a la crisis económica y política de la zona euro.

La iglesia Católica se ha resignado ante el aborto, un sacrificio humano propio de tiempos paganos. La exhortación del Papa contra esta práctica no es la actitud servil de la iglesia ante un desarreglo moral como el aborto, tan radical. Tampoco reacciona la Iglesia Católica ante el divorcio. Es decir, la moral católica no forma parte de la coalición dominante de las sociedades occidentales, en las que el comercio goza de toda clase de privilegios.

Benedicto XVI prefiere la contemplación; a lo mejor ha tenido una revelación gnóstica. No se conoce reforma alguna emprendida por este hombre alemán, que intente frenar el declive de la Iglesia Católica. Sin ser suficiente, porque es una acción hacia dentro, la reforma del Episcopado es un logro del Papa, dado que ha prescindido de ciertos obispos, según informa el nuncio de su santidad en Kazajstán, Miguel Mauri. Es obvio  que el Concilio Vaticano II ha paralizado el poder de los Papas, que intentan en vano corregir con viajes, encuentros con la familia y la juventud; aunque estos eventos, bajo la estricta aplicación del marketing, se juzguen,  a día de hoy, como imprescindibles, y no se traduzca en conversiones reales.

Lo radical y tremendo, que no se quiere reconocer, es que el cristianismo es una religión muerta en la Europa occidental, tras dos grandes guerras mundiales y el régimen nazi, cuya acción destructora tocó de lleno a la fe cristiana, católica y protestante. La Europa ortodoxa no puede estar mucho mejor, a pesar de que renaciese la institución en Rusia. Por lo tanto, es inteligente la revelación que Benedicto XVI hizo al periodista alemán Peter Seewald, sobre los tratos con la Iglesia Ortodoxa. Sin embargo, no tenemos noticias de los progresos en esta materia, llena de sentido como de dificultades. El más interesado en que no se produzca este encuentro es Estados Unidos, que vuelve a tener serias diferencias con Rusia, por el conflicto desatado en Siria, una mezcla de guerra civil e intervención extranjera, auspiciada por potencias “cristianas” occidentales contra el parecer de los propios cristianos sirios.

Benedicto XVI es el último representante de una larguísima línea de sumos pontífices europeos. ¿Se quebrará ahora, con o sin la aprobación de la curia romana? Lo cierto es que los fieles católicos, que pueden morir por su fe, están en otro continente. Tendría ahora que reconocer el estado Vaticano la labor evangelizadora española en América. Pero lo más probable es el ascenso de un cardenal que sea manejado por la curia romana, venido de América, África, Asia o del viejo continente europeo. Sólo efectismo, que no detiene la decadencia de la Iglesia Católica, auto inmolado por un estatuto de iglesia civil, como la anglicana, más o menos.

La crisis económica y financiera, agravada por los problemas con la deuda soberana de países católicos, como España, Portugal e Irlanda, ha sido una oportunidad única para que la Iglesia Católica emprendiese la nueva evangelización, que altos prelados y el propio Sumo Pontífice proclaman, en vano. Hasta qué punto el poder de la iglesia está comprometido; ahora se comprueba el daño sustancial hecho por el clero pederasta, aunque las cifras sean menores. Este desarreglo impide a la Iglesia Católica una libertad de acción que, al tratarse de una re evangelización  tendría que convertirse en una postura fundamentalista. Los propios intereses de la Iglesia en el sector educativo  desaconsejan cualquier tentativa reformadora, para no perjudicar más la reputación de esta institución secular, tan presente en todos los niveles educativos.

Guste o no las grandes celebraciones con la familia y la juventud tienen que ser el consuelo para los católicos. La Iglesia Católica es una marca reconocida en la educación, por lo que no puede arriesgar nada. El estado Vaticano debe observar las reglas diplomáticas y no crear conflicto alguno. Las Ordenes especiales saben muy bien de la integración de la religión en el comercio vigente, con discreción y eficacia.

La nueva evangelización es una aspiración irrealizable. No ha querido reconocerlo Benedicto XVI, por muy notable que sea su labor intelectual. Siempre recordaremos el cuadro de Francis Bacon, Estudio para el Papa Inocencio X; sin temor a equivocarnos, podemos sustituir el personaje original por Benedicto XVI.

En Europa occidental, el cristianismo es una religión muerta, irreversiblemente. No tiene nada de heroico considerarse ateo o apóstata. Es una corriente favorecida por muchas circunstancias. No entendemos nada: siglos de transferencias intelectuales y sociales, desde las clases dominantes al pueblo. Urge la re lectura de “La crisis de la conciencia europea” de Paul Hazard. Imposible de encontrar en las librerías, pero el servicio de reprografía de la Biblioteca Nacional española proporciona una copia. La ruptura se produjo en el siglo XVII; ahora somos beneficiarios de una herencia: en Occidente no triunfa ninguna ideología por encima de otras.

La crisis de los estados europeos es la consecuencia de la falta de equilibrio entre los verdaderos poderes: la guerra, el comercio y la religión. Estados Unidos es la primera potencia económica, militar y conserva el fundamentalismo cristiano. Los países europeos son presa de la paz, sólo entregados al comercio. Y no saben sustituir una religión muerta, el cristianismo, por un nuevo culto. La cultura moderna es el recambio de la religión cristiana, pero es insuficiente, por las consecuencias sociales y psicológicas de las costumbres actuales, que propician la alta conflictividad personal y social de las sociedades europeas.

A la postre, la decadencia de Europa es un hecho cierto, que nada mitiga. La Iglesia Católica tendrá que demostrar su alianza con Europa o entregarse a la vocación universal que demostró en otro tiempo. Benedicto XVI no ha resuelto la disputa íntima de la Iglesia. Europa retiene pero es la perdición.

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