Ahora se celebra el debate del «estado de la nación». Aparentemente, el último para el presidente del gobierno, J. R. Zapatero, digno sucesor de D. Adolfo Suárez. Todavía no se conoce el alcance de las políticas de estos dos mandatarios castellanos, pertenecientes a partidos distintos y, sin embargo, presos de la locura castellana…

Es el rasgo propio y característico de ciertos políticos castellanos, D. Adolfo Suárez y D. J. R. Zapatero, que han alcanzado la más alta jefatura, la presidencia del gobierno; un extravío singular, en medio del declive de las letras y de la hipertrofia de Castilla, que obedece al formidable repunte de la picaresca en un escenario “moderno”, de la mano del Estado del bienestar español, reforzado con las ayudas de la Unión Europea, en particular, la recogida por el campo castellano.

Los políticos citados, mediocres en su real valía, han gozado de un aparato de propaganda sobresaliente que ha dado a conocer sus ambiciosos proyectos políticos: D. Adolfo Suárez plasmó su falsa reconciliación de los españoles en una Constitución equívoca, causa del desor­den actual; mientras, D. J. R. Zapatero ha concebido una “paz” que, otra vez, separe a los españoles: la legalidad republicana.

Las circunstancias que han permitido el encumbramiento de ambos políticos castellanos dicen bien poco de los prohombres españoles y de nuestro propio pueblo. Una jugada maestra borbónica.

La memoria viva de D. Adolfo Suárez es la demencia física que padece; sin remordimientos ni pena, D. J. R. Zapatero prosigue la tarea de su antecesor, presa de la “locura castellana”, la mejor máscara política, ante un Régimen obscuro, alimentado con traiciones y venganzas. Qué Castilla alumbre a estos políticos pagados de sí mismos y hábiles enredadores en el fino arte de la Política, no es una ironía del destino, sino la fatalidad de nuestro siglo XIX.

Consuela que la “locura castellana”, que surge de un hondo sentimiento de inferioridad, sea un mal nada excepcional en unas tierras duras, tan necesitadas de gobernantes extranjeros, no precisamente los pertenecientes a la dinastía de los borbones.
Historiadores y periodistas, poco o nada afectos al Partido Socialista, denuncian la sinrazón del presidente D. J. R. Zapatero, sin reparar en que la “locura castellana” está enraizada en la tradición política de Castilla, una región que hace y deshace.

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