La Restauración, una declaración:

“Cuando un pueblo pasa en tan pocos años por tantos cataclismos, por el oscurecimiento de una dinastía secular, por la exaltación de otra dinastía, por el total eclipse de la gran institución a cuya sombra vivieron todas las generaciones de que haya memoria, por el triunfo incontrastable de la República victoriosa de la anterior dinastía; por guerras como la de Cuba, la carlista y la cantonal; por una crisis tan formidable como la de nuestra Hacienda; por una corrupción tan honda como la que corroe nuestra política, nuestra admiración, nuestras costumbres y las entrañas de nuestra sociedad, no hay que buscar responsabilidades aisladas y personales, porque la responsabilidad es de todos los partidos y de todos los ciudadanos. Todos, todos somos cómplices…”

Esta perorata es de un político del siglo XIX. Así que nuestra actualidad encuentra un patrón histórico para justificarse y no engañar a nadie. Lo mejor de todo es que no hay que añadir nada más.

La Justicia no es un poder independiente

El fiscal general del Estado ha dimitido. La Justicia, aun en un  país democrático, es un poder del Estado, con independencia operativa, por la función que desempeña. Las Cortes representativas legislan y los órganos judiciales aplican la ley. Siempre hay un margen para la política, que se demuestra en sentencias sorprendentes o en la tardanza en un proceso abierto (Gurtel, caso Bárcenas, Eres Andalucía). Que los jueces, fiscales, magistrados y, en general, los servidores de la Justicia aspiran a un reconocimiento público, que no siempre consiguen; lo prueba el fiscal general Torres-Dulce ha dejado el cargo, después de servir al Estado durante años.

En los regímenes antiguos, anteriores a la etapa democrática, la unidad de poder era la consigna reconocible de la doctrina de aquellos Estados; la distinción de funciones es el corolario que acompaña a la máxima citada.En la época actual la terna de dos grandes partidos reduce la incertidumbre que menoscabaría la unidad de poder.

La democracia parlamentaria conserva, en la medida de lo posible, dicha unidad de poder. Los partidos políticos crean una ilusión representativa, pero conservan la doctrina de Estado que es imprescindible para el funcionamiento del mismo. El Estado no es democrático; las discrepancias de un alto funcionario con el Gobierno, se resuelve con la dimisión o el cese del servidor público, tal y como ha demostrado Torres-Dulce.

El protagonismo del fiscal general dimitido se explica por la pugna de los partidos políticos, que aprovechan todos los sucesos con carga política para abrir la polémica, como en este caso. Los medios de comunicación se alinean, con facilidad, con los partidos en liza, y provocan las opiniones enfrentadas, que no aportan nada al fondo del asunto.

Los verdaderos poderes del Estado, antes y ahora, aún con la propaganda democrática tan infiltrada en todas clases sociales, son el comercio, la guerra y la religión. Estados Unidos, el país dominante, enseña el poder de la guerra en Oriente Medio, eleva el comercio a la máxima categoría y los cristianos, fundamentalmente protestantes, siguen en boga, con la función misionera en primer plano.

Por lo tanto, si el Papa católico, Francisco I, ha mediado con éxito entre Estados Unidos y Cuba, para el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países, seamos sensatos y reconozcamos que la Iglesia Católica está íntimamente unida al Estado, a su naturaleza y funciones. No en balde, la cúpula de la Iglesia Católica es un Estado, el Vaticano.

Las relaciones entre los poderes del Estado, comercio, guerra y religión son armoniosas, como procura Estados Unidos, o bien conflictivas como sucede en España. Lo cierto es que el Estado, aún con apariencia democrática, por la función de los partidos políticos, no puede prescindir de ninguno de esos poderes, a costa de enajenar una parte importante del poder estatal.

En l actualidad, la Iglesia Católica no precisa de una labor evangelizadora en Europa; reconoce las tremendas dificultades existentes y opta por la labor política, entre estados u otras organizaciones civiles, en unas sociedades tan complejas como las europeas. Sin embargo, la Iglesia Católica si entiende la unidad de poder, desde hace tantos siglos.

 

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