La II República aceleró las etapas sociales y políticas de España, como característica de una sociedad del siglo XX. Una mayoría relativa persiguió la revolución, para sacudir a Europa, pero fue frenada en una contrarrevolución decidida y liderada por un general–caudillo.

El régimen de Franco restauró el orden y prosperó en el campo de la Guerra Fría. Una mayoría relativa de españoles apoyó la dictadura hispana, que estaba amenazada por movimientos políticos hostiles interiores y exteriores.

Mientras Occidente consagraba la democracia como el tipo de gobierno adecuado para este estadio histórico, España desafiaba al concierto de naciones, con un régimen fruto de la imperiosa necesidad y la veleidad histórica, y sólo socavado por la propaganda enemiga en una pequeña proporción.

Asesinado Carrero Blanco y, después, muerto Franco, España era una nación derrotada en la II Guerra Mundial; así se explica la renuncia de las cortes franquistas ante la Monarquía de Juan Carlos I. Sin líderes políticos verdaderamente capaces, la izquierda burguesa y populista contaba con la suficiente legitimidad para ambicionar el poder, con la complaciencia de Estados Unidos e importantes países europeos.

Una mayoría de españoles, en una sociedad más compleja, comprendió que la Monarquía de Juan Carlos I sería la compensación histórica al bando republicano, a través de la Reforma Política y de la Constitución de 1978, a pesar de la aparente resistencia de UCD. La descomposición de este partido y, sobre todo, el Golpe de Estado del 23–F, convenció a la mayoría de la sociedad española de que el PSOE sería el partido dominante, que ganó las Elecciones Generales de 1982 y, también, las elecciones del 2004, gracias a otro Golpe de Estado, 11–M. Demasiada casualidad que esconde la trama del régimen.

La dinastía de los Borbones ha cuidado siempre sus intereses muy bien, a lo largo de los siglos XIX y XX. El Rey conocía la inclinación de la Monarquía parlamentaria, con gobiernos largos del Partido Socialista, decisivos para conformar un régimen apoyado por la mayoría de los españoles, conscientes de su deber y celosos dueños de su destino; pero impotentes ante la créme de la corrupción, ahora atisvada con el caso de Iñaki Urdangarín, yerno del Rey. La cultura miliciana es el gran logro de la izquierda española, muy reforzada por la dominación cultural de Estados Unidos.

El instinto político del pueblo español es infalibre como el don de los Borbones para reconocerlo. Basta con analizar el asunto de la cacería del Rey en Africa. Para estos regímenes no cabe la reforma política, por lo que los planes ejecutados o proyectados del gobierno de M. Rajoy tienen un calado menor. Aunque parte de la prensa influyente insista en este cometido, ahora con mayor razón, dado que vivimos en un momento histórico muy bajo, que no cuenta con progresos reales.

En la campaña electoral de las Elecciones Generales del 2008, el importante hombre de negocios, Manuel Pizarro, requerido por el Partido Popular, en plena campaña electoral, perdió un debate político ante el ministro socialista de Economía, Pedro Solbes, frente a las cámaras de televisión. Las élites españolas dejan hacer, rara vez picados en su orgullo, temerosos del pueblo, salvaguardados sus intereses y poco más. ¿Cuántas generaciones perdidas por la crisis que entonces arrancó?

Las semejanzas entre la Monarquía de Juan Carlos I y la Restauración de Alfonso XII son obvias: regímenes que empiezan al terminar un siglo y prosiguen; dos constituciones, una promulgada en 1876, otra en 1978, que presentan unas coincidencias notables; hoy como entonces, el bipartidismo (el rol de Cánovas y Sagasta repetido); regiones conflictivas. Y los Borbones, que conservan su particular herencia familiar.

España necesita darse la vuelta, como ocurrió en 1975. Ni la abdicación de Juan Carlos I en su hijo, ni el advenimiento de una República aseguran un cambio radical para el país, que tanto lo necesita.

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