La actitud británica y la indecisión de la Unión Europea nos rebela, de forma indirecta, que la superestructura política europea tiene un freno muy claro: nuestra clase dirigente española no va a ser sustituida por la UE. Sin soberanía militar, la UE cumple con un papel político y administrativo limitado, a pesar de sus competencias.

Pudiera ser una mala noticia, toda vez que el régimen del 75 es fruto de una inteligencia pasajera entre la clase dirigente patria y el pueblo español. Puede considerarse que la Constitución de 1978 es el logro de un pacto nacional que colmó las aspiraciones colectivas.

Sin embargo, tras varias décadas, el régimen del 75 ha consistido en una nueva restauración; el peso del siglo XIX es demoledor y no hemos conseguido los españoles emanciparnos de nuestra propia leyenda negra.

Las próximas Elecciones Generales en abril vuelven a parecer trascendentales; los políticos cumplen con el ritual democrático, con disciplina y vocación, algo que pasamos por alto. Los problemas nacionales son graves y la actividad política no proyecta una solución adecuada.

Como demostró el infortunio del pozo de Totana, la reacción que suscitó no tiene nada que ver con los planes demostrados por los partidos políticos españoles. Esta conclusión nos lleva a desconfiar de las elecciones venideras, como de costumbre. Y el bipartidismo tiene una nueva oportunidad para resistir, pero la crisis catalana frustra parte de los anhelos de las formaciones tradicionales (PP & PSOE). Seguimos con esquemas ideológicos del siglo XIX.

“Alemania y Bélgica han lanzado un plan para un Pacto de Calidad Democrática…”

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En defensa de las libertades democráticas y la salvaguarda del estado de derecho. Sería una nueva imposición europea, tras el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (presupuestos). No dudamos de que España se adhiere a esta propuesta alemana y belga.

Tampoco dudamos de que la UE se cuidará de ahondar en la política interna de los socios, salvo en los casos de Hungría y Polonia; es decir, cuando un asunto que incide en la opinión pública europea tiene un tratamiento singular por un Estado miembro. Por ejemplo, Hungría y la inmigración.

España no plantea problemas a la Unión Europea; y, sin embargo, los españoles sabemos de los problemas internos que tenemos en España, desde la corrupción política y de la justicia, que no contraviene ningún asunto europeo. Que no somos un problema es una prueba de la talla de la clase dirigente española.

Las Elecciones Generales de abril no tiene conexión emocional con la Europa actual. Tenemos lazos amarillos, porque es el color de moda en España y en Francia. Parece que la Unión Europea tiene una forma marmorea.

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