El historiador y periodista César Vidal, en una de sus últimas entrevistas, nos rebela una cifra terrible: mil cuatrocientos millones de abortos consumados en el mundo, desde que esta práctica, ligada a los derechos de las mujeres, se legalizara en las sociedades occidentales y, después, en el resto del mundo.

Un dato que no aparecerá en los medios de comunicación dominantes; parece que el mundo no se ha rasgado las vestiduras; las personas con un papel activo o pasivo representan el drama del aborto; una dualidad que explica el éxito de esta práctica. Indefectiblemente, el aborto debe tener un coste para la humanidad, que todavía no reconocemos. Sabemos de la influencia del cristianismo en las sociedades occidentales, concretada, por ejemplo, en el estado del bienestar; pero la influencia de la religión llega a más ámbitos.

Nos olvidamos de la fatal influencia del nazismo en Occidente. El aborto se encuentra en la zona de influencia del nihilismo operativo, que se manifiesta de múltiples maneras en Occidente. En términos políticos, la facción globalista, que defiende el control de la población, ha conseguido un éxito, sin paliativos.

¿Dónde encontramos un reservorio de la franquicia nazi? Esto es, que la cultura nazi conforme una determinada realidad política, en forma de razón de estado o ideología de partido. Reaparece en los disturbios raciales en Estados Unidos, pero no se concreta la fórmula política adscrita al nazismo. En Europa occidental y del este, hay partidos de extrema derecha, bajo la influencia del nazismo, pero no son concreciones directas de la franquicia nazi. ¿El partido ucraniano Svoboda cumpliría? El pasado soviético impide una asimilación completa. El oportunismo de las revoluciones de colores desvía el centro de interés.

Tras la I Guerra Mundial, la revolución rusa y la gripe española, el cristianismo se hunde en los centros de poder europeos, lo que permitió el ascenso del nazismo alemán. Desde entonces, la cultura europea disimula los antecedentes comunes de los europeos actuales.

Es cierto, el reduccionismo que supone aceptar la ideología nazi en todas sus consecuencias. La facción globalista lo sabe y ha tejido una red de fundaciones, asociaciones y tanques de pensamiento para escapar de una identificación peligrosa para su interés; una ideología basada en la razón. Pero hay una convergencia en el afán de dominación. Y el aborto no es anónimo.

¿Se debate Occidente en una dualidad cristianismo-nazismo? Aparentemente sí. No hay tercera vía, que está representada por la democracia liberal y sincretista. El Concilio Vaticano II apostó por una renovación completa que rescatara el protagonismo político de la Iglesia Católica y del cristianismo en las cancillerías europeas; en España, lo consiguió.  

Las democracias occidentales se sostienen en una indeterminación permanente. Y el resto del mundo presenta una realidad más compleja, pero que no evitan la influencia del cristianismo y del nazismo. El mismo César Vidal nos avisa de que la Iglesia Católica prepara una acción evangelizadora en Hispanoamérica.

La incontestable realidad del aborto nos compromete a todos. Es un aspecto de lo falso de los derechos individuales. Nos damos perfecta cuenta que nuestros actos tienen una consecuencia social y política.

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