El parlamento regional catalán ha elegido nuevo presidente de la Generalidad. En el pleno del viernes, Cataluña: tal como éramos. La gran afirmación, la República, es la aspiración del independentismo catalán, conocedores de que la caída de la Monarquía hispánica facilitaría las aspiraciones secesionistas catalanas.

Actualmente, celebramos los 400 años de la Guerra de los Treinta años. Corría 1618 y las potencias europeas libraron un conflicto paradigmático; España, entonces, era una gran potencia europea, y participó en la vasta contienda bajo la dirección de la dinastía de los Habsburgo, en concreto, Felipe IV.

Ante un desconocimiento general, que cuenta con la complicidad de la inteligencia española, en el contexto de la Guerra de los Treinta Años, se produjo una rebelión catalana, con unas características extrañamente coincidentes con el proceso actual en Cataluña: tal como éramos.

Seguimos la obra “The Age of Expansion” editada por Thames and Hudson; Editorial Labor para la edición en lengua castellana. Primera edición en 1970.

En el capítulo o apartado “Una guerra civil europea” a cargo de H. G. Koenigsberger.

La debilidad de España

“La corona española no podía contestar con un contragolpe. Se había revelado su debilidad fundamental: la estrechez de su base. Castilla y la plata de las colonias americanas habían financiado y defendido el Imperio; los otros reinos, en mayor o menor grado, eran meros espectadores. En 1624, Olivares había sugerido que estos reinos deberían participar en el conjunto de las cargas del Imperio, si querían compartir sus beneficios: los horones, las decisiones y la política, que hasta entonces habían monopolizado las clases dirigentes castellanas.

Esto había podido ser una solución. En la década de 1560, el cardenal Granvela había hecho proposiciones muy similares a Felipe II. No está claro si Olivares las conocía o no; pero tanto unas como otras corrieron la misma suerte. Los intereses creados de Castilla no permitieron siquiera que fuesen discutidas seriamente. En ambos casos, los resultados fueron desastrosos. Felipe II optó por la política similar de represión, que le costó Cataluña y Portugal. Esta política se cifraría en la llamada “Unión de Armas”, proyecto de creación de una reserva armada común a todo el país, de carácter imperial, integrada por 140.000 hombres, a cuyo mantenimiento debían contribuir todos los reinos del Imperio…la “Unión de Armas” disgustó y provocó recelos en los reinos no castellanos.

Cataluña era la región que disfrutaba de mayor autonomía, y en la que un gobierno arcaico y poco eficiente no lograba pacificar las zonas rurales…En la práctica no hacía ninguna aportación al esfuerzo de guerra español. Transcurridos quince años sin poder conseguir una ayuda voluntaria, al fin Olivares decidió implicar la región en la guerra, atacando a Francia desde la frontera catalana (1639).

La necesidad de defender su país obligaría a los catalanes a apoyar el Ejército, prescindiendo de sus libertades. Pero los catalanes, dirigidos por su clero, no lo veían así. La altanería de las tropas castellanas provocó disturbios, y éstos condujeron a la rebelión. En 1640 fue asesinado el virrey, y se derrumbó la autoridad del gobierno de Madrid en Cataluña.

(…) En enero de 1641, los catalanes prestaron juramento de fidelidad al rey de Francia, “como en tiempos de Carlomagno”, La paz con Francia resultaba ahora imposible: Felipe IV no podría consentir nunca la pérdida de Cataluña, y el honor del rey de Francia había sido comprometido por sus nuevos súbditos. Pero ello significó el fin de Olivares. En 1643, los grandes de Castilla exigieron su dimisión y destierro…»

Volvemos a la actualidad. En España hay bastantes republicanos, que confían en la legalidad republicana incrustada en la Constitución de 1978. El nacionalismo catalán reconoce su fobia por la Monarquía hispánica, como en el siglo XVII. El nacionalismo catalán persigue una República catalana. Cataluña: tal como éramos.

Efectivamente, Felipe VI no puede permitirse perder Cataluña, al igual que sucedía con
Felipe IV
.

España no es la potencia política y militar del sigo XVII; pero ya entonces España conocía el aislamiento en Europa, como hoy reconocemos la falta de aliados en una Europa que se justifica mirándose en el espejo de la Guerra de los Treinta años.

En el contexto de una guerra civil europea, en el siglo XVII, la Monarquía hispánica, el Estado español, la Iglesia Católica y el pueblo catalán fácil de convencer. La rebelión de entonces prueba que el problema catalán no es un asunto que compete a los Borbones. Es una falsedad que repite la propaganda nacionalista catalana. Francia en un plano secundario.

En el siglo XXI, la Monarquía hispánica, ahora en manos de la dinastía de los Borbones, legítimamente, y un Estado, el español, que conserva el mismo talante condescendiente que en el siglo XVII. La Iglesia Católica en Cataluña no ha cambiado; es un actor muy importante para entender el arraigo del sentimiento independentista en el campo, generación tras generación, sin que el resto de España hubiera reaccionado como convenía.

El historiador Pío Moa ha asegurado que una Cataluña independiente caería en la órbita francesa. Insistimos que el movimiento independentista catalán conserva el odio a Castilla, como en el siglo XVII. La aparición del ex presidente socialista francés, Manuel Valls, se proyecta sobre la ciudad de Barcelona; un movimiento extraño por el momento.

La crisis catalana provocó la caída del Conde-Duque Olivares, mano derecha del rey Felipe IV; Mariano Rajoy, sometido al dictamen de las urnas podría caer por la crisis catalana actual. Cataluña: tal como éramos.

Hay un evidente inmovilismo en los actores del drama catalán; no sabemos a qué obedece tal empecinamiento. Cierto que la conspiración republicana se palpa en la propia familia real, en el gobierno español, en los medios de comunicación generalistas, en la izquierda política, etc.

Europa es una caricatura, con la posición de Alemania en el centro nuclear. La Guerra de los Treinta Años acabó con la Paz de Westfalia; desde la Revolución francesa y Napoleón, las vulneraciones de la citada paz llegan hasta nuestros días, con las Primaveras árabe y europea.

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