Las tensiones políticas y financieras en Estados Unidos y Europa, aunque no se quiera reconocer, debilitan el pacto atlántico. El eje París–Berlín–Moscú es un proyecto político que juzgaríamos irreal; pero los acontecimientos, tal y como se están precipitando en Europa, nos obliga a revisar, en el plano teórico, el mapa futuro de las alianzas, contando con una serie de circunstancias, todas ellas engullidas por la historia:

No hay derecha política como tal que haga gala del principio irrenunciable de autoridad, en las ideas como en la práctica democrática, a través de los partidos políticos actuales, en Europa. El status quo resultante de la II Guerra Mundial ha beneficiado a las izquierdas, aunque hayan tenido que renunciar a una economía con un importante sector público. Una democracia como la española tiende al partido único, comprometiendo así la utilidad del sufragio; otras particularidades presentan otros países del sur del continente, como Italia y Grecia.

El estamento gerencial, el núcleo clave de las clases elevadas, concreta el capitalismo del momento; enriquecido, a pesar de la crisis, pero desligado del poder del Estado, salvo el recurso de los grupos de presión, los medios de comunicación y, en parte, la estratagia económica. Esta élite se abstiene, por convicción u obligación, de la participación política directa, como cargo electo, lo que conduce a una honda frustación, porque se tiene poder, procedente de los negocios, sometido a la ley de la oferta y la demanda, que depara, según la doctrina gerencial, la misma legitimidad que la obtenida por los partidos políticos en las elecciones populares. El conflicto está abierto, mientras los Estados no pueden recurrir a la bancarrota, según el entramado político–legal del mundo occidental.

La izquierda es el paradigma de las burguesias occidentales, que aprovecharon de manera excelente la revolución contracultural de los años sesenta, y no han renunciado al patrimonio personal holgado y a las libertades, reales o aparentes, que la sociedad concede, a partir de una preponderancia absoluta del comercio, que ha arrinconado los valores tradicionales religiosos y militares. Cabe discutir si la hegemonía de los mercados conlleva la alineación social e individual más radical que hayamos conocido. Entre tanto, las distintas iglesias cristianas no se identifican con nada concreto político, lo que alimenta la disolución doctrinal, algo que afecta a las izquierdas en Occidente.

La esperanza para el Partido Socialista español o el Partido Laborista británico, a medio y largo plazo, es el ascenso de China a la posición preponderante en la escena internacional que todavía no ha alcanzado, por no conocerse la real valía del ejército rojo. La Guerra Chino–Vietnamita de 1979, verdaderamente olvidada por la opinión pública occidental, todavía compromete el poderío militar chino, a pesar de exhibiciones recientes conmemorativas. Hay un doble juego por parte de los partidos de izquierda citados.

China es paciente, y no ve comprometidos sus intereses estratégicos en Africa, por el momento, ya que no tiene litigio alguno con el Islam, a excepción de las revueltas en la región musulmana de Xinjiang, en la propia China. El Partido Comunista chino no encarna la tradición milenaria del país del centro, aunque sea un eslabón. La izquierda europea, en parte, ha encontrado una coartada sustanciosa, en el modelo chino, que confronta un Estado moral frente a los Estados occidentales, habitualmente amorales.

Pero el comercio, que goza de toda clase de privilegios, permite la influencia occidental, una civilización materialista, en China, igualmente defensora del trato amistoso que sirva de barrera. Desde el viaje secreto de Henry Ki­ssinger a China, en las postrimerías de la Guerra de Vietnam, que cambió la Guerra Fría, para no cambiar el status quo internacional, que es consecuencia viva de la II Guerra Mundial. Estados Unidos sólo ha defendido el pacto de los vencedores de aquella vasta confragación. China fue uno de ellos, con Rusia descartada, por el momento.

Las guerras de Irak y Afganistán son campañas menores, que debilitan a un ejército imperial, el norteamericano, siempre comprometido por la política ingeniosa de futuros del gobierno federal, que ofrece carnaza en la guerra contra el terrorismo islámico. Sin embargo, ciertas empresas privadas han participado en labores de apoyo y seguridad, en Irak; una lección para otros países aliados. Un conflicto en el Mar de la China es uno de tantos…

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