Fijamos la atención en esta retórica cuestión: El principio de Aceptación.

Finalmente, el virus SARS-COV-2 ha doblegado la resistencia del presidente Trump, aunque tenga en marcha un litigio por sospechas generalizadas de fraude electoral. El acuerdo secreto, que intuimos dio la presidencia de Estados Unidos a Donald Trump frente a Hilary Clinton, ha vuelto a cambiar los papeles: ahora, Trump pierde. Los actores posibles del acuerdo son los dos grandes partidos norteamericanos y no el estado profundo esbozado por el profesor Peter Dale Scott.

Constatamos en el New York Times: “Los funcionarios electorales de docenas de estados que representan a ambos partidos políticos dijeron que no había pruebas de que el fraude u otras irregularidades influyeran en el resultado de la carrera presidencial”.

Las conexiones, entre las oligarquías respectivas de los partidos republicano y demócrata con los centros de poder financiero y mass-media, imponen directrices políticas con muchas ramificaciones. La democracia liberal reposa sobre el principio de Aceptación, la cortesía de las élites con la soberanía popular. Pero el núcleo del poder no puede estar sometido al citado principio.

La supuesta facción patriótica, a la que pertenecería Trump, debe tener influencia en los centros de poder financieros y productores culturales. El presidente Trump conoce muy bien el principio de Aceptación, y la retórica política republicana bajo su mandato ha concitado un gran apoyo popular. Pero no es el poder necesario para revolucionar el estado de cosas. La pandemia lo ha puesto en evidencia con la administración Trump. El darwinismo es una ideología política que se auto justifica.

El principio de Aceptación es el idealismo inherente a la soberanía popular, que el sufragio universal patentiza, con un resultado siempre de tendencia reformista; sin embargo, los procesos electorales esconden los centros de poder que no se someten a tal principio. Los partidos políticos están sometidos a este principio; las Iglesias cristianas, los medios de comunicación y otros actores sociales se rigen, en parte, por el principio de Aceptación. La democracia liberal debe evitar un enfrentamiento directo entre las reales élites y el gentío. Las manifestaciones y disturbios callejeros en Estados Unidos se desarrollan en paralelo a los procesos electorales, que todos respetamos. Sólo un enfrentamiento dentro de la oligarquía militante nos conduciría a una guerra civil. El principio de Aceptación es irrenunciable para una sociedad moderna avanzada.

El pasado mes de mayo, algún medio reflejaba la operación de la administración Trump relativa al control de la Reserva Federal. La FED es el Banco Central de Estados Unidos. Una institución muy compleja aceptada por el pensamiento económico liberal. Fueran los que fuesen los planes del presidente Trump con la Reserva Federal, la pandemia ha desbaratado la continuidad del presidente republicano. En un régimen liberal, la oligarquía principal no tiene el poder absoluto. El principio de Aceptación penetra en los resortes del poder discreto, por las relaciones jerárquicas de los individuos que componen las instituciones. La cultura dominante y la moral pública condicionan las relaciones humanas, en los extremos máximo y mínimo.

El principio de Aceptación asegura que un golpe de estado sea un acontecimiento muy poco probable. Lo cierto es que dicho principio no nos ha protegido de un millonario excéntrico e irredento. ¿Quién lo hechará de menos?

El comercio conoce bien el principio de Aceptación; la pandemia también a perjudicado largamente los objetivos comerciales de tantas marcas. El pesidente Trump provenía del comercio y no ha tenido una respuesta satisfactoria ante un patógeno que ha sorprendido a todos.

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