Los pecados capitales han quedado impresos en la memoria colectiva. La prédica religiosa actual no recurre a los pecados capitales; los sermones son bastante livianos para no molestar al poder actual y el ciudadano agradece tanta indulgencia, aunque no acuda a los actos religiosos con frecuencia. Todo tiene un precio y no se alcanza el ansiado equilibrio social.

La Ira, la envidia, la gula, la soberbia, la lujuria, la avaricia y la pereza componen el conjunto de los pecados capitales. Si para la tradición cristiana la naturaleza humana es pecadora, las citadas faltas o pecados son contradictorios con el concepto actual de libertada humana. Toda falta o conducta negativa puede ser corregida, para beneficio del hombre actual. El consenso está implícito.

La sociedad moderna está condicionada por la tradición y por las luces de la razón. Tras las grandes guerras mundiales se rompe la tradición religiosa y la libertad humana explota de diversas maneras. La violencia se adueña de no pocos espacios y llegamos al fenómeno de la violencia estructural. Violencia de bandas criminales; violencia de género; violencia intrafamiliar; ocupación de propiedades privadas; un conjunto de manifestaciones violentas que el Estado querría reprimir pero que no lo consigue. Las faltas recogidas en los pecados capitales aparecen en los comportamientos violentos de la gente. Hoy se prefiere la experiencia violenta y no la contrición.

La gran cultura actual dispone de medios suficientes para imponer un criterio, que es perfectamente mundano. El cine, el teatro, la literatura y los medios de comunicación sirven a los propósitos de la libertad humana sujeta a los imperativos del mercado. La realidad digital refuerza la libertad humana sometida a los objetivos de la economía de mercado.

Precisamente una producción cinematográfica, Seven (1995), recurre a los pecados capitales para llevar al paroxismo la actividad vengadora de un criminal en serie. Cada victima del asesino ha cometido una falta grave, un pecado capital. Como la religión ha sido expulsada del gran teatro mundano, el cine se sirve de la fuerza moral y emocional de los pecados capitales para crear un argumento muy sugerente, donde el crimen, sin paliativos, es el verdadero protagonista.

El conflicto humano está siempre presente; la religión se abstiene, forme parte o no de la coalición de poder que domina la sociedad. No aparece un líder religioso que contrapesara la fuerza de los ídolos modernos. La lujuria destaca principalmente en una sociedad que ha elevado a la categoría máxima la poligamia de hecho.

Aunque no formen parte de los pecados capitales, el miedo y la codicia son tan importantes para explicar el comportamiento humano. Desde la vida en la familia, la actividad profesional y el comportamiento de los jugadores en cualquier campo de juego social. El miedo y la codicia son emociones básicas.

Hoy la familia no proporciona maestros que enseñen un modelo de comportamiento a los hijos. Se prefiere evitar el conflicto por encima de todo, pero precisamente el conflicto desgarrador aparecerá en cualquier momento y no se contará con los frenos adecuados.

La educación impuesta por el Estado tampoco consigue una formación moral y humana con garantías. Por la razón que sea, El Estado no pretende reforzar la educación moral, siempre con el argumento que el conflicto político aparece para paralizar la actividad educadora.

Los pecados capitales son el argumento recurrente en cualquier reflexión individual o colectiva. No debemos esperar que sean las instituciones sociales las que moderen el discurso. En el fondo la discusión sobre la libertad humana es el verdadero origen de la reflexión.

Desgraciadamente, la banalización está presente en los resortes de la cultura moderna. La relatividad moral o el nihilismo social son las fuerzas dominantes en la escena social.Y siempre queremos, ante todo, evitar el conflicto para preservar la supuesta libertad humana libre de defectos y faltas. Los pecados capitales nos recuerdan nuestros deberes con el mejoramiento de la condición propia.