Término muy popularizado en Occidente por los devaneos de los mitos populares, cuyas vidas no conducen a nada cierto; véase la ristra de cantantes populares muertos. El nihilismo se plasma en el arte abstracto; el existencialismo de Sartre, filósofo francés, choca con el nihilismo, aunque éste no necesite constituirse en una firme corriente filosófica, pero inevitablemente atrae a la filosofía. Recordemos a Nietzsche precisamente.

El nihilismo es, ante todo, la justificación última del poder, en su máxima expresión vital; no puede disfrazarse el poder, incluso el democrático, con otra máscara que no sea el nihilismo, ya con carácter ontológico, aunque fuese reiteradamente negado.

El arte abstracto es lo que mejor nos introduce en los laberintos conceptuales del nihilismo. Con ello no queremos decir que el arte figurativo no pueda rivalizar con el abstracto para captar la singularidad del nihilismo.

En Occidente el progreso del nihilismo se debe a dos grandes conflagraciones mundiales; a un régimen político, el Nazismo, verdaderamente entregado a la causa del poder, esto es, el nihilismo. Si no se experimenta con la política, con el arte, con la cultura capitalista, etc., no podremos conjeturar con mucho acierto sobre el nihilismo.

La posguerra europea, tras la II Guerra Mundial, ha visto como el mundo militar y religioso se han disuelto en el comercio, lo que ha favorecido extraordinariamente  la expansión de la cultura nihilista, desde la revolución contracultura de los sesenta en Estados Unidos, que luego se extendió por Europa occidental, con el Mayo del 68 francés, entroncando con la generación rusa nihilista de la segunda mitad del siglo XIX. Las transferencias son inauditas.

Europa fabrica y vende armas; el mundo católico abrió las puertas al nihilismo gracias al Concilio Vaticano II. La propia doctrina liberal, en sus desarrollos culturales, gracias al capitalismo, extiende el perfume del poder y, con ello, atrae al ciudadano, con la cultura moderna, con las drogas y  la violencia en todas las formas posibles. El propio comercio, ahora global, proporciona un consuelo que no cura la herida abierta del nihilismo, en Occidente.

Por ello la filosofía occidental está en crisis, porque no tiene argumentos para enfrentar la realidad nihilista. El show business musical y artístico ejerce una influencia desmedida en tanto la propia cultura popular ha sido contaminada por el nihilismo. Todavía no ha sido devastada las raíces populares.

El nihilismo es un genio maléfico que ha escapado de la botella; no se conoce el conjuro para que tal entidad regrese al espacio reducido del que nuca tuvo que salir.

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