Démonos cuenta con realismo que el poder político en España está repartido, como una tarta, entre el aparato central del Estado y las Comunidades Autónomas. Así reconocemos las distintas caras de los partidos políticos, los tradicionales y las nuevas formaciones. Los propios líderes, desde M. Rajoy a cualquier otro, se adaptan con cuidado a las diferentes circunstancias que les depara la actividad política, incluido el parlamento.

Ese mismo realismo nos debe servir para reconocer que los partidos nacionalistas, catalanes y vascos, pueden mantener el pulso al Estado español sine die; por el contrario, no podemos asegurar que el gobierno de la nación, ahora en funciones, pueda resistir de igual modo; la crisis ha socavado parte del crédito de un régimen sobrevalorado, como se observa en la parálisis de los líderes de los grandes partidos; no saben a dónde van, aunque finjan que conocen lo que necesita el país; una falacia.

La aparición de Otegi en medios de comunicación, como la Sexta, y en parlamentos autonómicos, como el catalán, nos llevaría a la reflexión sobre la separación de poderes, que en España es interpretada hasta el absurdo, como ha demostrado el asunto de las banderas esteladas, en la final de la Copa del Rey pasada. El nacionalismo vasco tiene que distraer en tanto la Generalidad catalana no avance ( objeciones de la CUP).

Dado que las fuerzas armadas españolas son una incógnita, el día de esta institución es casi una cuestión de barrio; el gentío pita a unas autoridades y vitorean a otras; sin reparar que no se celebra ningún Fuenteovejuna. Insistimos que la dualidad poder central-poder regional se tambalea, por ser un castillo en el aire.

Desconocemos si las élites patrias evalúan con realismo la situación desconcertante del país. Los medios de comunicación, naturales portavoces del poder, y encabezados por El País, están preocupados por la transformación digital; pero no pueden abandonar las cabeceras en papel. La democracia y sus alcances se vuelven contra los poderes fácticos, en una sociedad como la española.

Además, la UE necesita de alguna sacudida; el Brexit británico podría ser el revulsivo político que necesita la UE; ya acostumbrados a lo que los políticos dicen en público y rectifican en privado, la secesión catalana sería el otro asunto que podría sacudir las instituciones europeas, paralizadas por la crisis económica, financiera y de deuda soberana.

El realismo nos dicta ante las próximas elecciones del 26-J que todavía debemos participar de las obligaciones de un régimen fracasado. Hemos repetido que la democracia moderna no casa con la idiosincrasia española, por lo que todos los intentos de establecer una democracia de corte occidental han fracasado, desde la restauración de Alfonso XII, la II República y la etapa final del Franquismo con la transición: la caída actual.

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