La política española está dividida; los grandes partidos, Partido Socialista y Partido Popular han perdido apoyo popular a favor de nuevas formaciones, Podemos y Ciudadanos. Para elegir presidente y formar un nuevo gobierno se precisa un pacto entre varias formaciones políticas con representación parlamentaria. Las reglas no han cambiado, a pesar del resultado electoral tan dispar; la izquierda tiene más peso y los partidos nacionalistas siguen jugando un papel importante, como en los tiempos de la transición.

El régimen no ha reaccionado ante las consecuencias de la crisis: el secesionismo catalán y la irrupción de una izquierda, Podemos, que aspira amalgamar todas las tendencias izquierdosas hispanas, para lo que maneja varias marcas políticas.

La apuesta de Rajoy debe ya dilucidarse; como ya adelantamos el Partido Popular buscaba el encuentro con el Partido Socialista; incluso, una formación como Ciudadanos se uniría a este pacto. Todas las acusaciones sobre Rajoy se compensarían con este arreglo; pero el fondo de la política nacional está tan revuelto que impide un acuerdo al estilo alemán.

La monarquía parlamentaria de Juan Carlos I ha sido y es una compensación política al bando republicano, perdedor de la Guerra Civil del 36. El régimen comenzó su andadura dubitativo, porque eligió un partido oportunista como UCD; sin embargo, la operación 23-F arruinó la reputación del Ejército franquista y fijó la orientación del régimen. Por supuesto, y a pesar del pacto del capó, ETA ha influido en la política española; ahora no asesina pero espera conseguir su objetivo con las marcas en liza, como Bildu.

El Partido Popular con el primer gobierno de José María Aznar recurrió a los nacionalistas catalán, vasco y canario. El pacto no es una cosa de hoy, ni mucho menos. Al acabar el segundo mandato de Aznar se produce el golpe de Estado del 11-M. Mariano Rajoy era el candidato popular en aquellas Elecciones Generales del 2004; si algo descubrió el político gallego fue que el aparato del Estado no obedecía al Partido Popular en el poder.

Ganador en las Elecciones Generales del 2011, El Partido Popular ha conseguido salvar la economía española de una intervención severa de la UE; no obstante, en materia de gobernación, no ha dudado el gobierno popular en seguir los planes del PSOE para lograr la inactividad de ETA; el pacto ha tenido un precio, que no ha aceptado parte del electorado del partido de centro-derecha. Es muy incómodo, ya que el Partido Popular no ha sabido comunicar las razones del mandato del gobierno de Mariano Rajoy. Una razón de Estado que merecería desentrañar los entresijos de la Monarquía parlamentaria ante la opinión pública española.

Tampoco el gobierno del Partido Popular ha cuestionado el dominio cultural de la izquierda, desde al aborto hasta las fusiones de las cadenas de televisión, con una cadena, la Sexta, que ha favorecido al partido Podemos. El líder del mismo, Pablo Iglesias, comenzó su andadura televisiva en la cadena Intereconomía, adscrita a la derecha política.

Partido popular y Partido Socialista no cuentan con mayoría suficiente; la reacción ante el secesionismo pacífico catalán no ha frenado el proceso abierto por la Generalitat catalana.

El régimen se debilita, la lucha de clases reaparece, como enseña el resultado electoral reciente y la peculiar reacción de la clase dirigente corporativa: proponían un gobierno de exitosos directivos. Parece que nos dirigimos a un escenario no previsto: la caída del régimen monárquico.

Con todo, la actividad parlamentaria sobresale, aunque las traiciones como la catalana, vuelvan a ponerlo todo en cuestión. España conoció excelentes parlamentarios en el siglo XIX.

Y la corrupción no ha dictado sentencia para el régimen, todavía. La absolución de la Infanta Cristina evidencia la no separación de poderes, algo que es un constitutivo de la esencia española.

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